Conocer las características centrales de este diagnóstico es un primer gran paso. El trastorno bipolar se manifiesta en la oscilación entre fases de aceleración y fases de bajón, intercaladas con momentos de recuperación plena. En las fases de aceleración la persona se muestra hiperactiva, eufórica, con gran energía, irritable e impulsiva. En las fases de bajón aparece una carencia de energía, falta o exceso de sueño, tristeza e inactividad. Los momentos de recuperación confunden sin duda a quienes forman parte del entorno ya que todos los signos desaparecen, «vuelve a ser el de antes», «actúa de manera normal».
Los no y los sí en el trastorno bipolar
A veces algunas actitudes de la familia o cuidadores pueden transformarse en estresores y acelerar nuevos episodios o recaídas. Entre estas actitudes, las manifestaciones hostiles y la expresión de críticas hacia la persona que padece el trastorno. Las críticas referidas a la falta de esfuerzo para superar ciertos obstáculos o a su voluntad para actuar de determinada manera resultan particularmente nocivas.
Para poder acompañar en la recuperación y en que el sujeto pueda lograr una buena calidad de vida es importante entender que muchas de las conductas que generan un malestar en la familia forman parte del trastorno. Las conductas impulsivas, gastos excesivos, ataques de ira son incontrolables para el sujeto en el momento en que está atravesando una fase maníaca o de aceleración. Así como la apatía, la falta de interés y la inactividad son características e incontrolables en la fase depresiva o de bajón. Empatizar y acompañar al sujeto en este entendimiento es muy importante. Una de las funciones esenciales de la familia o cuidadores es asegurarse de que el sujeto está tomando la medicación tal como está indicada. Otra tarea fundamental es identificar señales de la posible aparición de un episodio y tomar algunas medidas preventivas o tomar contacto con el equipo terapéutico para asesorarse sobre qué hacer en cada caso en particular.