Vivir en otro país puede implicar que todo sea organizado, que haya estabilidad económica, que la gente sea muy educada y formal, que el conductor de un auto se detenga para darte paso cuando intentás cruzar la senda peatonal; vivir en otro país puede implicar mucho más que todo eso “tan perfecto”.
Vivir en otro país te permite experiencias únicas, como la oportunidad de conocer gente extraordinaria, con la que de otro modo hubiese sido muy difícil cruzarse en la vida. Vivir en otro país te permite abrir la cabeza hacia un nuevo mundo, pero también hacia tu propio mundo, hacia uno mismo.
En mi propia experiencia, nunca antes en mi vida me había encontrado en una situación donde todo lo obvio, todo lo natural, todo lo “normal”, estuviese tan en jaque como cuando me fui a vivir a otro país. Mi “normalidad” era completamente diferente a “lo normal” de los demás; y no sólo me refiero a los nativos o a los extranjeros de otras partes del mundo, sino también a la gente de mi propio país.
Esto me llevo a replantearme muchos, pero muchos, aspectos de mi propia vida y de mi propia cultura; porque sin querer se comienza a desnaturalizar lo que a uno mismo le resulta tan “natural”.
Por un lado, fue una experiencia más que enriquecedora; pero por el otro, sentía que tenía que aprender todo de nuevo, y que en este camino debía reaprenderme a mí misma, porque el modo en que yo era en mi lugar de origen no encajaba con las costumbres de este nuevo lugar, y quizás tampoco con la gente que iba conociendo.
Esto lo viví en cosas pequeñas, como cuando acudí a la casa de una persona local para que me enseñara su lengua, y yo, tal cual lo indicaba la costumbre de mi lugar de origen, saludé con un beso, y fue en ese momento cuando observé en su cara un gran “wooow”, una mirada entre asustada y un poco incómoda por la situación de “cercanía física”, al punto que luego me aclaró que mi saludo había sido un tanto “invasivo” y que por favor no lo hiciera más.
También me sucedió en otro tipo de situaciones, como al intentar hacer un chiste y no encontrar las palabras en el otro idioma, o que mi traducción no sonara chistosa en esa lengua, o peor aún, que se prestara a malas interpretaciones.
Así fue que me encontré con que tenía que hacer varios ajustes, pero sin perder mi identidad en el intento. ¡¡Complicado!!
Fue en el camino de adecuarme a ese nuevo país con su propia cultura y particularidades, que sentí la necesidad de un espacio para mí. Un lugar donde poder relajarme y expresar estas cuestiones que me inquietaban, y me llevaban desde el entusiasmo por conocer más de ese nuevo lugar tan maravilloso, hasta la angustia de sentirme un poco sola, de alguna manera.
Así caí en la cuenta de que ese espacio para mí, para encontrarme conmigo misma, podía ser la terapia: un lugar donde poder expresarme como mejor yo sintiera y quisiera, y que me permitiera a la vez encontrar mejores herramientas de apoyo durante este proceso, en ese momento tan importante de mi vida.
Fue un tanto decepcionante encontrarme con la situación de que los psicólogos en mi nuevo país no hablaban mi lengua materna, que era con la que yo mas cómoda me sentía. A pesar de que, luego de mucho trabajo, ya dominaba esta nueva lengua, ésta no era la mía: no tenía las mismas expresiones, no usaba las mismas frases con las que yo hubiera comunicado tal o cual experiencia, por no mencionar que me era imposible hablar a la misma velocidad con que mis ideas aparecían en mi cabeza.
Ahí comprendí la carga cultural del lenguaje, mucho mas allá de la gramática o la pronunciación. Encontré palabras que ni siquiera tienen traducción, frases con muy mal significado al trasladarlas a esta otra lengua, y otras con su propia construcción histórica y que sólo el que compartía mi cultura podía comprender.
Con estas dificultades, me encontré en un momento en que necesitaba un espacio especial para mí, y así comencé a buscar un psicólogo latinoamericano. Alguien que conociera mi lengua y comprendiera mi cultura. Al no poder dar con uno en la ciudad donde residía o encontrar obstáculos de tipo económico, decidí incursionar en este espacio tan particular del mundo cibernético, mejor conocido como ¡¡video llamada!!
Debo confesar que al principio fue raro. Pero me fui adaptando y en poco tiempo lo encontré hasta familiar. Este se trasformó en un espacio en donde me sentía muy cómoda, donde podía abordar aquellas cosas que me “molestaban” y que buscaba cambiar en mi vida.
Fue una experiencia muy enriquecedora y que posteriormente, como psicóloga, sentí que podía compartir, que yo misma podía ayudar a otras personas que, por diferentes razones, no pudieran recibir apoyo en su lugar de residencia, ya sea por el idioma, la distancia, los costos, etc.
Fue así como, junto a una colega con experiencias similares, creamos Tramas: un espacio para poder encontrarse con uno mismo por más desencontrado que uno se sienta. Esta propuesta tiene como principal objetivo brindar ese espacio tan reconfortante y, muchas veces, tan necesario, que yo misma pude encontrar algún tiempo atrás en la terapia.