El mayor desafío de encontrarse con el hogar vacío cuando los hijos han buscado otros rumbos tiene que ver con la ruptura de un guión, con la necesidad de reestructurar vínculos. Si, en el mejor de los casos, los padres se imaginaban cuidando o compartiendo actividades con nietos en su casa y de repente se encuentran con que los chicos han decidido irse a vivir a 10000 km o no tienen intenciones de tener hijos, puede resultar altamente frustrante. A esa frustración se agrega un sentimiento de abandono.
Resignificar el rol
Los recursos para afrontar este desafío dependerán en gran medida de los recursos internos con que los padres cuenten para reorganizar su experiencia y resignificar el rol, ajustándolo a las nuevas demandas por parte de hijos y nietos. Cuando la vida ha estado dedicada por completo a la crianza, la partida de los hijos resulta en una pérdida de rol, si las actividades giraban exclusivamente en torno a las actividades de los hijos, se pierde el sentido del día a día y aparece el desconcierto. Una de las recomendaciones sería reencontrarse con esos anhelos personales, enriquecer el mundo propio, buscar nuevas actividades, establecer nuevos vínculos o fortalecer aquellos que habían sido descuidados.
La pareja
La pareja puede atravesar una crisis en función de la desconexión y la falta de comunicación cuando estas estaban mediadas exclusivamente por las necesidades de los hijos y lo primero para hacer es comenzar a conversar acerca de qué es lo que se ha perdido, de cómo recuperarlo y de cómo lograr nuevas formas de conexión en la pareja y el disfrute de compartir nuevas actividades o de recuperar viejos momentos perdidos por las obligaciones y el tiempo dedicado a la crianza.
Funcionalidad de la familia
La familia y las características que esta haya desarrollado serán la matriz en la cual se dé este proceso de pérdida que puede ser facilitado u obstruido de acuerdo a la funcionalidad que la familia haya podido desarrollar. La funcionalidad de una familia está sostenida por su capacidad de permanente reconstrucción frente a los cambios que el crecimiento de sus miembros va delineando, así como por la fortaleza para afrontar situaciones adversas inesperadas. El proceso puede ser más o menos favorable en función a cómo la familia se ha ido construyendo en cuanto a tres dimensiones: el grado de cohesión que permita tanto el ingreso de nuevos miembros como la salida de los mismos; la flexibilidad que facilite el intercambio y la reformulación de roles; y una comunicación que favorezca el poder enunciar necesidades y compartir emociones. Las redes interfamiliares, por otro lado, ayudan en la gestión de emociones, en la apertura de nuevos espacios y la generación de nuevas perspectivas.